Queridos todos:
Escribo esto porque me apetecía mucho hacerlo, aunque haya tardado tanto. Probablemente la pereza que lo deja todo para después y, sobre todo, la abrumadora tarea que mentalmente me suponía escribir sobre la carrera más importante que haya corrido hasta ahora, hayan postergado demasiado el momento de sentarme a escribir mi primera crónica en el blog como Chinguan. Pero nunca es tarde para hacer cualquier cosa buena, y rememorar mi también primera maratón en Valencia el pasado 2 de diciembre de 2018, hace más de 3 meses, desde luego lo es. Además, espero que la perspectiva de tanto tiempo pasado me ayude a centrarme en lo importante, porque en los primeros días y semanas posteriores al magnífico evento sentía que si me ponía a escribir, la crónica iba a resultar demasiado larga…
Y es que, ¿cómo sintetizar todo lo que hay detrás del mito, la significación personal de esta carrera, la génesis hasta el momento clave de inscribirte, la gestación, la preparación, las crisis y dudas, los vaivenes emocionales, lo que se pasa por la cabeza los días previos, las horas previas, los instantes previos… hasta que la masa multicolor de gente arranca muy lentamente delante de ti, y por fin pones las piernas en marcha? Muy difícil. Y por si fuera poco, también habría que narrar someramente todas las vicisitudes en carrera, con especial mención al sublime instante de entrada en meta, y algún que otro apunte de las horas y celebraciones posteriores, las conclusiones y enseñanzas, el balance final, la moraleja,… y el ahora, ¿qué?
Demasiada tela. Me limitaré por tanto a soltar ideas y recuerdos, lo más significativos posible, sin pretensiones. Y lo primero que se me viene a la cabeza es algo que seguro que a todos, en algún momento pasado o por venir, se nos ha pasado por la mente, y que se resume en el siguiente pensamiento: “¿UNA MARATÓN? ¿YO? IMPOSIBLE. Demasiados kms. Demasiado sacrificio. Mi cuerpo y mi mente no están preparados. No merece la pena, tantos meses de preparación, para luego unas horas, un rato, y encima seguro que sufriendo…” Y cosas así. En mi caso, desde luego, todos esos argumentos y muchos más fueron asumidos durante muchos años, sofocando el deseo o incluso apagándolo nada más aparecer, desechando tan loca idea tan pronto surgía… Hasta que, en el momento más insospechado, el menos probable, di el salto al vacío. ¡Qué gran instante! Y cuánto me alegro de haber tomado esa decisión, en la que desde luego los compañeros y amigos chinguanes fueron decisivos. No recuerdo bien el momento…, aunque sí hablarlo varias veces y más aún durante el mes de junio pasado, entre caña y caña post-carreras populares, en la comida tras la Media de Albacete,… qué se yo. Recuerdo a Juan decirme varias veces algo así como “claro que puedes”… En mi mente resuenan voces que decían “nos apuntamos todos”, “venga, que el 30 de junio sube el precio de la inscripción!”, y frases motivadoras de ese estilo, entre las risas, los frutos secos, el medio plátano, la siguiente caña (“cuántas llevo ya?”), y la foto con las amas de casa. De lo que sí me acuerdo bien es que a finales del mes, sería el día 29 o seguramente el último, el grupo de wasap se convirtió en un hervidero de mensajes con el testimonio escrito y gráfico de “Apuntado/a!”… Esas voces chinguanes tenían cara y hechos concretos: Juan Ángel, Edu, Pedro, David, Lucía, Ana, Patxi, Laura, Fati… uno tras otro iban colgando el pantallazo de su correspondiente inscripción, entre vítores, risas y aplausos digitales… Ya sólo por ese ambiente previo, se notaba que se estaba gestando algo grande, muy grande. ¿Podía perderme yo semejante evento? El caso es que a ese caldo de cultivo se añadían las circunstancias que me habían rodeado los meses previos, como mis sempiternas lesiones (a pesar de las cuales, podía seguir corriendo), el porrazo que me di con la bici y del que salí bastante maltrecho (a pesar del cual, pude correr la Media de Albacete)… y la consciencia de que si quería intentar una locura, más valía que fuera cuanto antes, porque nunca sabremos lo que esto nos va a durar… En definitiva, se conjuntaron los astros, y se dieron todas las condiciones. Si había podido completar una media con los huesos aún soldándose, si mi amigo y capitán tullido Juan me decía que podía hacerlo, si nos apuntábamos todos, si aún podía correr después del año que llevaba… ¿no era el momento de afrontar el reto?. Sí, tenía que intentarlo al menos, y así me metí una vez más en la página web de la Maratón de Valencia, ya no para ver cómo era, ni para seguir deseándola secretamente, sino para ir a por ella. Alea jacta est, que dijo aquél. Apuntado!
Sobre la preparación, pues qué deciros. Muchas cosas…. Que me la tomé en serio, pero sin volverme loco, porque cuanto más leía (además de ver planes en Internet, saqué un libro de la biblioteca titulado “Mi primer Maratón”…, del que me leí un buen trozo), cuanta más gente experimentada consultaba, cuanta más información manejaba… más acababa por liarme y concluir que tenía que hacer lo que buenamente pudiera y mi cuerpo me dejara. Sobre todo, descarté casi desde el principio seguir el programa que nos proponían desde el gimnasio, cuyo nivel de exigencia y complejidad se me antojó inalcanzable. Pero sí traté de llevar una programación de entrenamientos, al principio de forma más laxa y luego tratando de seguir las propuestas que semanalmente nos mandaba nuestro trainer Edu al grupo de maratonianos chinguanes, adaptando las salidas y rodajes a las carreras que teníamos y obviamente a mis sensaciones y condiciones conforme avanzaba el tiempo. De esta etapa de los tres meses previos a la carrera (agosto fue un mes de rodar todo lo que pude, pero como hago siempre, cuando buenamente podía, sin planificar), me quedo con varias reflexiones:
- la humildad con la que abordé desde el principio el entrenamiento, consciente de que mi pasado pleno de tullideces y lesiones era una carga difícil de olvidar a la hora de afrontar un programa cuya exigencia en número de sesiones, rodajes largos, etc. me suponía un reto jamás abordado hasta esas fechas (por ej., nunca había superado los 21 kms. de una media).
- las continuas dudas, inseguridades o incertidumbres que me rodeaban en todo lo que tenía que ver con el entrenamiento, la dieta (sobre todo los suplementos y todas esas “químicas” que Ana denomina drogas buenas, tanto para las semanas previas como para la jornada de la carrera), etc.
- a pesar de lo anterior, la creciente autoconfianza que se me iba generando conforme pasaban las semanas y veía que mi cuerpo estaba aguantando cosas tan sencillas, pero al mismo tiempo tan nuevas para mí, como salir dos días seguidos, ver que eres capaz de correr con agujetas, alternar sesiones de gimnasio con rodajes más largos…, y terminar salidas de 24, 26, 28 kms… sin que eso supusiera una semana de dolores y convalecencia en cama.
- la disciplina necesaria, que no el sacrificio, y lo poco que puede llegar a costar algo que parece muy duro cuando simplemente tienes tanta ilusión, hasta el punto de poder disfrutar también de toda la preparación. Para mí, las tiradas largas, las carreras populares después de un día de entrenamiento aunque fuera ligero,… todo en sí suponía ya un reto, y como tal, superarlo era una pequeña victoria.
Y desde luego me quedo también con muchos recuerdos, la mayoría gratificantes, como las salidas largas con los compañeros (por Chinchilla y Tinajeros con Ana, Lucía y Laura, con Patxi nuestra tirada máxima de 32 km., etc.), la Media de Hellín y la popular de Alcaraz con 5 km. previos de calentamiento, ahí es nada,… y las tantas salidas en solitario, disfrutando como siempre con mi MP3 y la música que siempre me acompaña.
Y llegó el fin de semana de la gran cita, y ahí estaba yo… Había aguantado. Recuerdo que no hacía más que decirme que ya era todo un éxito el simplemente estar en la línea de salida. Que no tenía más que empezar a correr, y disfrutar a tope de la experiencia. Claro, era cierto. Tenía que seguir siendo humilde hasta el final; al fin y al cabo, me había dado muy buen resultado en la preparación. Llegar hasta donde pudiera, y agradecer el mero hecho de estar ahí, corriendo con otros 22.000 runners de todas partes disfrutando del ambiente y de la experiencia, nada más… Los 10 kms. de incertidumbre, los nunca recorridos, estaban ahí como una sombra oscura, podían resultar los que impidieran el logro, el sueño de la meta. Pero llegara hasta donde llegara, ya lo había logrado.
Ya. Tururú. Muy bonito, sí. Pero en el fondo, yo también quería llegar a meta. Quería lograrlo, para qué nos vamos a engañar… Lanzarme constantemente mensajes como los anteriores podía resultar muy tranquilizador, sí. Pero no mermaban un ápice mis ganas de “triunfo”, de completar el pastel con la guinda de llegar a la pasarela azul flanqueada por agua y cruzar la meta… Y ver qué sentía. Experimentar esa emoción. Comprobar si era cierto lo que tantas veces me había dicho Lucía: “Vas a llorar, ya lo verás”… Ojalá, pensaba yo. Lástima que ella se lesionara durante la preparación y no pudiera acompañarnos finalmente, y no pudiera llorar ella misma.
Llegamos a Valencia el sábado por la mañana, directos a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, a recoger el dorsal y demás. Mi mujer y mis hijas me acompañaban, y aguantaron pacientemente el gentío, las colas y la espera. De vez en cuando le recordaba a Sara (mi hija mayor) eso que me había dicho cuando les comuniqué, meses atrás, que iba a correr una maratón: “¿Una maratón? ¿Eso cuanto es, 42 km.?? Eso es imposible…, ¿cómo vas a correr tú una maratón?” Ahora, que lógicamente ya se lo iba creyendo, entre risas podía restregarle que se equivocaba… Una vez reunidos con el grupete de chinguanes maratonianos (Ana, Fati, Pedro y Patxi), pasamos una jornada genial respirando ambientazo runner por todas partes: fotos, paella party, carpas y carpas con ropa, geles, y todas estas cosas.



Ya por la tarde salimos para Alaquás, cerca de Valencia, donde tengo familia muy querida y teníamos un piso para cenar y pernoctar. Allí cenamos mis hijas y mi ahijado Patxi, mientras mi mujer se iba por ahí a cenar con un amigo. Tiene huevos la cosa,… yo teniendo que correr una maratón al día siguiente, y teniendo que darles de cenar a tres criaturas. Menos mal que eché bastante ensalada de pasta, porque Patxi solo se había traído un boniato. Estos adolescentes…
Antes de acostarme, y previendo lo poco que iba a dormir, me dio la vena de escribir a un montón de gente un mismo wasap, con la idea de compartir la emoción que me embargaba, y porque a muchos amigos y conocidos les había dicho que les mandaría el número de dorsal para que pudieran seguirme con la aplicación de la Maratón. Me apetecía además contárselo a toda esa gente que quieres pero que vive lejos, que no tienes todo el contacto que quisieras pero que sabes que está siempre ahí,.. y que no tenían ni idea de lo que iba a afrontar la mañana siguiente. Por fin, pude acostarme y tuve otro momento emotivo: abrir el sobre que nos había dado Ana a los chinguanes que debutábamos en la distancia de Filípides, y leer el maravilloso mensaje que encerraba.
Demasiadas emociones para dormir, y así fue. No pegué ojo en las 4 horas que pasé en la cama, y en las que recuerdo pasarlo mal porque las sombras, las dudas y los agobios me invadieron, incluso por comprobar que no estaba descansando… Menos mal que al final, algo debí trasponerme, porque al levantarme tenía ya una actitud completamente distinta: los nubarrones habían despejado, dejando paso a una mayor claridad; seguía con nervios, claro, pero sentía que iba a poder con todo, como el campeón que soy. Antes de desayunar, sobre las 4.30 h., cogí el móvil y me puse a leer los mensajes de respuesta de la gente que ya me había contestado, entre ellos los vuestros, y pasé varios minutos metiéndome unas buenas dosis de apoyo, cariño, ilusión y alegría que terminaron por imbuirme la firme determinación de que aquella mañana iba a comerme el mundo. Uno de esos mensajes, para colmo, me llegó a lo más hondo, y me arrancó la emoción y las lágrimas en los ojos que me había vaticinado Lucía para la meta. Se me habían adelantado varias horas… ¿me quedarían más para después?

A las 6.00 h salimos Patxi y yo para Valencia y tras aparcar al lado del hotel de Ana, Fati y Pedro, tiramos todos para la zona de salida. Nos juntamos con los Altafites: fotos, comentarios, risas nerviosas y mucha, mucha ilusión. Antes, había olvidado mandar un wasap a Javier Soler, amigo y chinguan proscrito, para decirle donde habíamos quedado…, y claro está, con semejante gentío, no pudimos vernos. Más tarde comería con nosotros, y nos contaría su también primera maratón, vivida de forma tan especial y disfrutada a tope, como no puede ser de otra manera en él.
Tras avanzar lentamente hacia la enorme avenida de la salida, y despedirnos de Pedro y de Patxi al dejarlos en sus correspondientes cajones, allá que nos fuimos Ana, Fati y yo a nuestro correspondiente corral, y dentro de él, al grupo de los ultimicos, como a mí me gusta. Claro que lo mismo había 500 ó 1.000 personas detrás de nosotros, pero en estas carreras todo es tan relativo, tan brutal… Y tras el interminable rato de espera, por fin la masa comenzó a moverse, la música atronó, y empezamos a correr.
¿Con qué me quedo de la carrera? Pues con muchos recuerdos, sensaciones y anécdotas. Como dije al principio, imposible relatarlas todas. Me quedo con lo mucho que me llamó la atención observar, centenares de metros antes del arco de salida, miles y miles de prendas de ropa desperdigadas por el suelo, sobre las vallas, encima de una papelera,… que minutos antes habían tirado todos los que iban delante de nosotros (eso sí, un regimiento de voluntarios de una empresa de inserción apoyada por Cáritas, las iban recogiendo detrás para recuperarlas y darles otro uso). Me quedo con el instante de pasar por la línea de salida saltando y bailando al ritmo del One Visionde Queen, que sonaba tan fuerte y con tanta energía que me dio un subidón inolvidable, augurio de lo que iba a ser toda la carrera. Me quedo con los primeros kms. rodando muy tranquilo, en la grata compañía de Ana y Fati, a quienes tuve que hacer de lastre más de una vez porque enseguida ellas mismas veían que se iban… Me quedo con los primeros rayos del Sol en la zona de la Malvarrosa, que agradecí al quitarme de una vez el fresco de tantas horas de espera. Me quedo con algunos personajes verdaderamente graciosos o entrañables, con los que corrí muchos kms. o que pude observar en algún momento de la carrera, como el nórdico disfrazado de Thor que utilizaba su martillo para ir “chocando” en las manos de los niños, o el abuelete tibetano o de donde sea, que corre descalzo, vestido con falda y ropa multicolor, y una permanente sonrisa, por todos los maratones del mundo. Me quedo con la sorpresa y el asombro al ver a un tío corriendo con una botella en la cabeza (de esas de 2 litros de Coca-Cola, pero con agua), como si no llevara nada.., y eso sí, más derecho que una vela.


Me quedo con lo mucho que disfruté al correr por esas luminosas calles escuchando mi música favorita, mi lista de canciones cuidadosamente seleccionadas, conteniéndome para no cantar a voz en grito en algunos momentos. Me tengo que quedar también con las únicas sensaciones negativas que tuve, a partir del km. 15, cuando empecé a notar que la exigua musculatura de mis piernas empezaba ya a cargarse, demasiado pronto para todo lo que me quedaba, y eso hizo que me asaltara alguna duda sobre lo que pasaría más adelante… Y lo que pasó es que poco a poco esas dudas se fueron, porque aun con mis piernas cada vez más cargadas, los kms. no dejaban de pasar uno tras otro, y yo cada vez iba disfrutando más de la carrera. Me quedo con esos grupos de gente cantando a todo pulmón temas infantiles de toda la vida, mientras empujaban sillas de ruedas con personas de gran discapacidad, y conmoverme al ver sus rostros. Me quedo con la gran alegría que me llevé sobre el km. 23, cuando vimos a nuestros compañeros chinguanes Antonio, Carmen y Beatriz, que ya habían terminado su 10K y nos esperaban para darnos y llevarse un impagable abrazo sudado, de esos que te dejan una sonrisa que no se quita en varios kms. Me quedo, sobre todo, con el extraordinario ambiente que nos acompañó en Valencia durante toda la carrera, con el ver una ciudad (léase su gente) completamente volcada con el evento, animando a los corredores con gritos de apoyo, sonrisas, aplausos..., bandas de música, batucadas, grupos de rock, folk y dulzainas, jóvenes ataviados con disfraces, peñas falleras, etc. etc. Lo difícil es no correr en esas condiciones, por más kms. que lleves. Me quedo especialmente con el km. 30, en el que había quedado con Rosario y mis hijas, y en el que me paré un ratito corto para darles abrazos y besos, hablar con ellas un poco y darles los manguitos que ya hacía mucho que me estorbaban. Me sentí muy afortunado. Estaban aún más emocionadas que yo…

Pero tenía que seguir, y recuerdo que volver a la carrera me costó como si tuviera que poner en marcha un coche de aquellos que arrancaban a manivela. Ese fue el momento en que me separé de Fati y Ana, y cuando quise pillarlas ya había pasado el km. 31, y solo vi a Fati, que me contó que Ana había tenido que parar para ir a un servicio, así que para esperarla ralentizamos el ritmo durante algunos kms., por encima de 6’30”... Pero recuerdo que ese ritmo y a esas alturas de carrera, más que descansar el cuerpo se agarraba y hacía que pesara más, sensación que también compartía Fati, que decidió darse media vuelta y volver a buscar a Ana. Recuerdo que me quedé indeciso unos instantes, con el temor de que no se encontraran, y al final la confianza en que me pillarían más adelante… Me quedo con esos últimos kms. corriendo ya en solitario, observando incluso con preocupación como a mi alrededor muchos, muchísimos corredores ya no eran tales, pues simplemente iban andando, renqueando o con posturas ya muy forzadas. Gente mayor, muy mayor en algún caso…, esforzándose hasta llevar el cuerpo al extremo, y sin embargo no me pareció que en sus rostros se reflejara agonía, sino plena concentración y consciencia de lo que estaban haciendo.
Me quedo con los últimos kms. corriendo con las piernas ya agarrotadas, pero más fuerte y feliz imposible. Me quedo con el momento de llegar a la pasarela azul y mirar al punto en el que debía estar mi familia, tan lejos que temí no verla. Pero sí, allí arriba estaban los rizos de mis hijas, saltando con los brazos en alto. Me quedo con el momento de pararme a un lado, a 100 m. del arco de meta, y saludarlas yo también con los brazos arriba. Me quedo con que, al pasar la línea de meta y ver que los organizadores no me apremiaban a seguir hacia adelante, mientras esperaba a que llegaran Ana y Fati, advertí que las lágrimas finalmente no me brotaron. Caí en la cuenta de ello al abrazar a un chaval joven completamente desconocido que venía descompuesto de emoción, llorando a lágrima viva, y que cuando entró en meta me miró de tal manera que… ya no sé si fue él o fui yo , pero surgió ese abrazo espontáneo; desde luego, él lo necesitaba, y a mí me encantó. Y por fin, breves instantes después, aparecieron Fati y Ana…, rebosantes de alegría, y Ana rota también por dentro, inconsolable aun a pesar de los abrazos y besos… ¡Qué momento tan inolvidable!

En fin, creo que al final me he pasado de extensión… Doy por concluida la crónica, porque si no se va a acabar haciendo pesada. Os agradezco mucho el interés si habéis llegado hasta aquí. Si tuviera que resumirlo todo en una idea, que tantas veces he compartido con todo el que me ha preguntado y que va especialmente dedicada a todos aquellos corredores que se les ha pasado por la cabeza correr una maratón, pero que no se atreven, o no se sienten capaces, o creen que no merece la pena, o piensan que es un reto imposible…, yo solo puedo decir que claro que pueden, que muchos somos la prueba viviente de ello, y que desde luego merece mucho la pena. Que hagan lo que yo, y que tantos: que al menos lo intenten. Que para mí fue uno de los días más especiales de mi vida, que recordaré siempre con el mejor de los recuerdos.
Concluyo cortando en este preciso instante la pulsera de la Maratón que nos pusieron en la muñeca antes de la carrera y que no se puede quitar o volver a ponértela jamás. Me he resistido a quitármela, como si fuera a perder algo, ya ves tú la tontería. Ahora, roto ya el cordón umbilical con la primera experiencia de la maratón, no me queda otra que pensar en la siguiente. Si no fuera cierto que disfruté tanto en Valencia, ¿tendría sentido no intentar una nueva experiencia de este tipo? Yo desde luego lo voy a intentar, y además, lo antes posible. Y ya que estamos, a lo grande, ¡qué leches! En Berlín dicen que se junta bastante gente…
Javi Benegas, chinguan, maratoniano y tullido.